
De
Huertas
y Jardines
El ajo, panacea de la humanidad
En épocas en que los antibióticos no existían, un bulbo de ajo por sí solo representaba toda la industria farmacéutica conocida por nuestros ancestros, debido a su amplio espectro de efectos.
Se ha probado que es una de las primeras plantas cultivadas por el hombre.
Tuvo su origen en el oeste de Asia, y rápidamente se difundió entre las civilizaciones más antiguas, como la de chinos, sumerios, egipcios, indios y romanos; quienes recurrían al ajo por ser casi la única herramienta que tenían a disposición para combatir terribles enfermedades como tifus, disentería y cólera.
Con el paso del tiempo, la gente aprendió a preparar infusiones y tinturas, y se agregaron otras dolencias a la lista, como infecciones gástricas, resfríos y gripe.
Por eso, el ajo recibió a través de los siglos nombres asociados a sus propiedades: antibiótico natural, penicilina rusa, viagra vegetal, talismán vegetal, triaca rústica, pasto de serpientes.
El ajo es un buen ejemplo de la categoría alimento-remedio que Hipócrates describió hace 2300 años.
Aunque sus propiedades se detallan en muchísimos documentos desde entonces, una de las primeras obras científicas autorizadas que lo trata como medicamento es la Botánica Médica de 1793, de William Woodville, quien fue miembro del Real Colegio de Médicos de Inglaterra. En un curioso párrafo el autor enfatiza los usos y contraindicaciones del ajo para personas con diferentes constituciones: "aunque estimula el estómago y favorece la digestión, sus efectos son generalizados en todo el cuerpo y por lo tanto es útil como condimento en la comida de personas flemáticas" (referencia a personas propensas a acumular moco en sus sistemas y sentir más frío que calor). Woodville resume los usos médicos de la época como: expectorante en asmas y otras dolencias pulmonares -sin inflamación-, diurético en hidropesía, para eliminar gusanos, como una aplicación externa para eliminar tumores, y como un remedio para el oído. También menciona que "el ajo puede ser consumido en una variedad de formas, incluida la deglución del clavo entero -después de sumergirlo en aceite- o cortándolo en pedazos, y en pastillas después de que esté golpeado"
Uno de los primeros científicos en comprobar experimentalmente los efectos curativos del ajo, fue Luis Pasteur, quien en 1858 escribió un trabajo en el que comunicaba que había matado bacterias resistentes a otros factores y que pudo controlar a la temible Helicobacter pylori, una de las causantes del cáncer de estómago.
Las propiedades antisépticas del ajo fueron confirmadas por investigadores europeos en las epidemias de cólera en 1913, de fiebre tifoidea en 1918 y de influenza también en 1918.
El ajo se conoce como la "penicilina rusa" porque los médicos de ese país lo usaron por largo tiempo para tratar enfermedades respiratorias, incluso bajo la forma de vapores para inhalar. Se empleó como fitoterapia de los soldados alemanes durante la I Guerra Mundial, y aunque ya estaba difundido el uso de la penicilina para la II Guerra Mundial, el ejército ruso continuó consumiendo ajo como antibiótico natural.
La medicina moderna ha demostrado científicamente que sus compuestos tienen actividad hipocolesterolémica, hipolipidémica y antihipertensiva, como vermífugo, antiséptico, antioxidante y en la agregación de trombocitos. Tanto es así que el ajo y sus preparaciones se incorporaron a la guía terapéutica en medicina herbolaria, del Instituto Federal Alemán de Medicamentos e Invenciones Médicas, que recomienda una dosis diaria de 4 g de ajo fresco o equivalentes como suplemento.
Fuentes:
Hobbs, C. 1992. Garlic, the pungent panacea. Pharm Hist. 34(3):152-157
Petrovska, B.B. and Cekovska, S. 2010. Extracts from the history and medical properties of garlic. Pharmacogn Rev. 2010 Jan-Jun; 4(7): 106–110. doi: 10.4103/0973-7847.65321
Ilustración de William Woodville, en Medical Botany, London, 1793.
