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Dos frutillas se encontraron en Paris

La frutilla que consumimos actualmente tiene una larga e interesante historia, en la que intervino la ciencia de la genética antes de que fuera una ciencia.

Se originó de un cruzamiento accidental ocurrido en el Jardín Botánico Real de Francia, entre la frutilla chilena de pulpa blanca (llamada Fragaria chiloensis) y la frutilla norteamericana (llamada Fragaria virginiana). Ambas especies tienen 56 cromosomas.

Fragaria virginiana es nativa de gran parte de América del Norte, particularmente de zonas húmedas. Su viaje a Europa no puede ser identificado con un solo evento o persona; más bien, parece haber ocurrido muchas veces desde desde que Jacques Cartier exploró zonas de la actual Virginia en 1523.

Por el contrario, la historia colorida del viaje de Fragaria chiloensis, está bien descrita y documentada.

Aunque hoy se sabe que es nativa de la costa norteamericana del Océano Pacífico desde Alaska hasta California, se presume que las aves migratorias llevaron semillas hasta la costa oeste de América del Sur. Una vez establecida en la región chilena, los nativos, el pueblo Picunche, al norte del río Biobio, y el pueblo Mapuche, al sur; comenzaron a cultivarla desde hace más de 1000 años.

Aunque fueron domesticadas las formas de frutos blancos y rojos, la blanca (probablemente debido al mayor tamaño del fruto) fue la preferida, y en la época de la invasión española a Chile, se utilizaba como ornamental en pequeñas parcelas de jardín.

Durante el período colonial, la producción de frutillas en una escala algo mayor (1 a 2 hectáreas) comenzó a realizarse al norte de Santiago, y aunque se introdujo en Perú en 1557, no fue hasta  1712 que estos clones superiores fueran introducidos en Europa desde Chile.

Amedée François Frezier, ingeniero del Cuerpo de Inteligencia del Ejército Francés, fue comisionado por el rey Luis XIV de Francia para realizar una misión de reconocimiento por las costas de Chile y Perú. Aparentemente el rey estaba decidido a mantener a su nieto en el trono español y, por lo tanto, quería saber todo lo que fuera posible sobre sus dominios.

Aunque no era un botánico, Frezier, tenía el impulso de recolectar y así fue como decidió llevar la frutilla chilena a Francia.

Según la historia, el espía cuidó las plantas con gran dedicación durante un viaje de varios meses y llegó con cinco de ellas a Marsella. Le dio dos plantas al dueño del barco, una al Jardín Real, otra al Ministro de Fortificaciones y se quedó con la quinta.  

En Europa una pequeña frutilla de 14 cromosomas era bien conocida, y los botánicos no entendieron al principio por qué las plantas chilenas no daban frutos ni se cruzaban con las europeas.

Es que por entonces no se sabía que la frutilla tenía los sexos separados en distintas plantas, y las cinco que llegaron a Europa eran todas femeninas, por lo que producían unas flores grandes y hermosas pero nunca un fruto. Tampoco podían cruzarse chilenas y europeas porque tenían distinto número de cromosomas.

Sólo cuando descendientes de frutillas virginianas y chilenas, obtenidos por clonación o esquejes, se cruzaron entre sí, se obtuvo un exquisito fruto que siguió sometiéndose a posteriores mejoramientos hasta llegar a la que hoy consumimos y que llamamos Fragaria x ananassa.

Fuentes:

Finn C E et al. 2013. The Chilean Strawberry (Fragaria chiloensis): Over 1000 Years of Domestication. HORTSCIENCE VOL. 48(4): 418-421.

Janick J. 2011. New World Crops: Iconography and History, Acta Horticulturae, 12 pp

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